Mi gata Lily llegó a mi vida allá por el año 2008, y desde entonces somos uña y mugre. Nunca he sido de gatos, siempre me han dado bastante respeto, no como los perros a los que amo con locura. Hasta que este bichejo llegó de forma accidental a mi vida. Cuando yo era concejal la veía intentando entrar al Ayuntamiento contínuamente (siempre ha sido muy friolera), con los consiguientes escobazos o los gritos que recibía para que se fuera de allí. Una administrativa me insistía que tenía que llevármela a casa, y hasta que no lo hice, no paró de repetirme que me llevara a la «Mimosa» (como le llamaban allí) a mi casa…
Durante algunos años todo fue genial, hasta que cuando dejé la política, allá por el 2011, comencé a sufrir unas reacciones alérgicas de tipo sinusitis acompañada por unos ataques de asma que me dejaban hecha polvo. Me hicieron varias pruebas y me diagnosticaron que tenía alergia a mi gata…¡¡vaya por Dios!! Entonces todo el mundo empezó a decirme que la gata fuera de mi casa, que la echara o la regalara, pero ya era demasiado tarde, porque Lily formaba y forma parte de mi pequeño y extraño círculo familiar. Así que pasé un par de años yendo del alergólogo al otorrino, y de inhalador en inhalador porque ninguno me funcionaba lo suficientemente bien. Como ya estaba hasta el moño de medicamentos, por recomendación de mi amiga María José decidí visitar a una doctora de Valencia, mi adorada Carmen Astorga, que trata este tipo de problemas como intolerancias alimentarias.
En cuanto le expuse mi caso, me sugirió que dejara de tomar LECHE y TRIGO BLANCO, que tenían gran cantidad de alérgenos y que provocaban muchos problemas en el intestino, cuya mucosa estaba «conectada» al resto de mucosas del cuerpo, mientra alguna estuviera mal, el resto también lo estaría. Y como yo tenía serios problemones con mi mucosa nasal, no perdía nada por intentarlo. En ese momento abandoné la leche de vaca. Comencé por la leche de soja, que tampoco le iba demasiado bien a mi sinusitis, y por último, llevo cosa de un año probando y alternando todo tipo de leches vegetales, como la de almendra, avena, arroz, sésamo, etc.
Es curioso cómo nos volvemos animales de costumbres, y lo complicado que es abandonar ciertas pautas. Yo era de leche y cereales diarios (incluso a veces para cenar también) Y durante un tiempo, es que no se me ocurría qué puñetas podía tomar por las mañanas (ya que la fruta está descartada porque me cuesta la vida comerme lo que sea)
Al final, gracias a toda la información que hay disponible en la red y a la multitud de personas que escriben en sus blogs sobre estos temas, se encuentran decenas de alternativas, como las infusiones, zumos de fruta, kéfir de agua (más adelante os hablaré de él), panes de espelta, kamut, centeno, o crackers con patés vegetales, los porridges de avena (las gachas de toda la vida, vamos) y un montón más. Y todo ello súper sano, súper nutritivo, sencillo de cocinar y muchísimo más saludable que la leche con cereales, que es puro veneno para nuestro cuerpo.
Al respecto de mis alergias y mi asma, debo decir que hoy por hoy todavía arrastro algún que otro ataque de asma y la sinusitis va también a temporadas (coincidiendo normalmente con periodos de estrés agudo en mi vida), pero desde entonces llevo como un año sin tomar ningún tipo de medicamento, la alergóloga me dió el alta hace unos meses, y por supuesto, Lily está plácidamente dormida a los pies de mi cama en estos momentos 🙂
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