No recuerdo exáctamente cómo comenzó la cosa, pero tengo una amiga a la que sigo en Facebook, Yolanda. Ella siempre pone vídeos de PETA sobre investigaciones en granjas, maltratos sistemáticos a animales, fiestas patronales en las que humillan y torturan a animales en nombre de la tradición y la cultura. Nunca he tenido estómago para ver esos vídeos, y hubo incluso un tiempo en el que le eché en cara que con eso sólo conseguía que me provocara una angustia tremenda viendo esas cosas. Pero es la cruda y triste realidad. Esto ocurre. Cada día. Y eso me hizo plantearme ciertos aspectos como carnívora convencida y apasionada (debo reiterar que la carne me vuelve loca). Y estuve investigando sobre cosas que supongo que no todo el mundo se plantea cuando ve un plato con solomillo a la pimienta en el restaurante, o un pollo asado, o un filete de merluza… En internet hay millones de páginas que denuncian maltrato animal. Yo tengo la gran suerte de haber estudiado unos años la carrera de veterinaria. Y aunque no la terminé, mi amor por los animales no decrece nunca. Y lo mejor de todo, cuento con amigos veterinarios maravillosos con los que puedo hablar del tema y consultarles todas las dudas que me van surgiendo al respecto.
Una de esas dudas era la siguiente: por qué hay gente que ADORA a los perros o los gatos, y sin embargo se come sin pudor un cerdo? Está por debajo de la escala filogenética? Un cerdo sería incapaz de esperarte en la puerta y demostrarte tanto o más cariño que un Yorkshire Terrier? Yo creo que no. Existen multitud de estudios que demuestran la gran inteligencia que tienen los suidos, al igual que los pollos, o que los peces. Y sin embargo, los sometemos a calvarios propios de la Inquisición…por poner algún ejemplo, las gallinas ponedoras obviamente procrean para continuar con su labor; y tienen machos y hembras (cosas de la azarosa genética). Los machos no sirven para carne, porque son pequeños, y por supuesto tampoco ponen huevos…Entonces, ¿qué creeis que hacen con ellos? Pues eso…al contenedor a que mueran lentamente, a electrocutarlos, o a la trituradora y con sus pequeños restos hacen pienso para los otros animales. Eso sin contar con la cantidad de antibióticos y medicinas que tienen que suministrarles a diario para que no mueran de estrés debido a las condiciones de reclusión a las que son sometidos. De muchas de estas cosas me estoy enterando estos días leyendo este libro, el cual os recomiendo fervientemente: «Comer Animales», de Jonathan Safran Foer. Lo saqué de la Biblioteca, pero es de la editorial Booket, de bolsillo, y merece la pena pagar los 9 ó 10 euros que cuesta, porque tal vez no te sirva para abandonar tus hábitos carnívoros, pero al menos te hará plantearte qué es lo que te comes a diario, y si realmente necesitas ingerir carne o pescado 3 veces al día.
No es un libro sensacionalista que se recree en la mala práxis de las granjas estadounidenses (en España copiamos la gran mayoría de los modelos de explotación de allí, que son los que más «optimizan recursos»), aunque sí que denuncia a ciertas marcas comerciales y la poca sensibilidad que tienen los proveedores que han de servirles cientos de miles de pollos o terneras al cabo de la semana, o del mes. Da datos muy interesantes sobre todo de la edad o el peso que tienen que alcanzar los animales para ser sacrificados, con lo cual se deduce que cada vez se matan animales más jóvenes (los pollos a las 6 semanas) en pos de nuestro paladar, que cada vez nos gusta más la carne más suave y tierna (que mal me suena esto, me recuerda al cuento de Hansel y Gretel, ufff). Y también habla de las nuevas técnicas brutales e híper invasivas de pesca, de por ejemplo, el atún: hay 145 especies de pescados, entre las que se encuentran decenas de tipos de tiburones, bonitos, agujas, peces espada, doradas, rapes, percas, tortugas, albatros y hasta ballenas y delfines que MUEREN o AGONIZAN entre las redes y son devueltas al mar porque no son atunes. O las gambas, cuya pesca supone el 2% de la comida marina en términos de peso, pero su pesca supone el 33% de las «capturas incidentales». Si la etiqueta de una caja de gambas de Indonesia rezara «SE MATARON Y FUERON DEVUELTOS AL OCÉANO ONCE KILOS DE OTROS ANIMALES MARINOS POR CADA MEDIO KILO DE GAMBAS», quizás otro gallo nos cantaría a la hora de comprar ese paquete (cita sacada literalmente del libro, pág 65).
Pero lo cierto y verdad es que vivimos en la más pura ignorancia. En pleno siglo XXI, con acceso a cientos de fuentes de información ilimitadas. Y es por pura comodidad, porque es más sencillo no plantearse nada y seguir mirando por nuestra comodidad y no por la comodidad global, por cómo les estamos dejando el planeta a las próximas generaciones. Y esto es verdaderamente triste. Al menos cada día más personas aportamos de una y otra forma nuestro granito de arena.
¿Y tú? ¿Qué haces al respecto?